Hace días que no viajo sola, me he tenido que levantar muy temprano y la mañana es gélida.
Gélido es asimismo el vagón del tren y gélido el supervisor que repasa los vagones y expende los billetes.
La única pasajera que me acompaña se entrega a su labor de ganchillo, parece como si quisiera entrar en calor, así es su ritmo con la aguja.
Dos paradas más y se añaden dos pasajeros, por lo visto, todos tienen más experiencia que yo y lucen sobre sus piernas sendas mantitas de viaje. Yo empiezo a notar como el frío se aloja en mi interior y me recorre la espalda. Me encojo. Miro una y cien veces el vagón buscando distracción que me haga olvidar el frío. El vagón gris claro. Los asientos azul intenso. Decido que en invierno, los trenes habrían de estar vestidos de tonos calientes, naranjas, granates, rojos…y dejar los colores fríos, para los calurosos trayectos de verano.
Las distancias se dilatan, y pueblos que creía más cercanos se han alejado. ¡No llegamos nunca!
Al frío que me recorre de pies a cabeza y después a la inversa, se añade la urgencia de mi vejiga. Ya sabía yo que ese cafetito rápido y confortable antes de salir de casa, me la jugaría.
Solo un rato después el hambre se une a la sinfonía de sensaciones de mi cuerpo.
¿Y quién me dijo que viajase en tren?
¡El viaje es bonito! –me prometieron.
Sí, estoy segura, solo es necesario que se enciendan las luces del escenario. Hasta ahora, la mirada a través de la ventanilla solo me devuelve el reflejo de una cara adormilada y pálida, la mía.
Pasan poco a poco los pueblos, que solo se insinúan por sus tenues luminarias, y me descubro analizando los sonidos del tren que me insinúan, por los compases especiales, que pasamos por un túnel, ahora salimos, ahora de nuevo entramos. Y así descubro en mi ceguera, por donde debemos andar aproximadamente.
Poco a poco se añade a los perfiles algún brillo, brillo de agua. En fin, otra pista, al fin y al cabo este trayecto es el de los lagos.
Y por fin todo parece cambiar. ¿Quién puede no entregarse a las historias anónimas, breves y a veces sin final de los viajeros del tren?
Este viaje me regala una historia entrañable, cálida, cargada de sentimientos. Dos voces de mujeres se alojan en los asientos traseros al mío. De nuevo me entrego al juego de adivinar. ¿De dónde son? Preciosas voces. Una musical, la otra limpia, franca, como las risas de ambas. Risas de las que salen del vientre. De pronto, en un reflejo, descubro que una es negra, no podía ser de otro modo, la música de su habla así lo insinúa. La dulce calidez de la otra voz me despista. Ninguna tiene el castellano como lengua propia, pero se comunican con él.
Está claro, son inmigrantes y comparten sus mismos miedos, sus experiencias de trabajo, a pesar de que en su conversación me descubren que son de sitios muy distantes. Una de ellas es del África profunda la otra de Brasil, pero ambas se ríen de sus cosas como si un hilo invisible las uniese en un destino común, la búsqueda de un mundo digno, de bienestar.
¡Que ganas sin embargo tienen de volver a casa!
Fragmentos de una conversación íntima que yo espío con cariño.
-¿Y es que acaso creen que no pensamos?- le pregunta la una a la otro, refiriéndose al trato en su trabajo.
-Pues yo he acabado gastándome 240 euros para nada, eso es lo que al final el abogado me ha cobrado.-
-¿240 euros?, pues yo me espabilo sola, y no le pago a nadie.- exclama la compañera con sorpresa –
La otra contesta:
-¿Y todo te lo has hecho tú sola?
-Pues sí, y no me gasto todo el dinero que te has gastado tú, ¡que yo no tengo!- le responde mientras le da golpecitos en la mano como de reprimenda.
Ese es el sonido que me llega, ya mi oído se ha vuelto experto en interpretar.
El día se muestra poco a poco, pero espléndido. Los colores intensos del sol que se despierta, no pueden dejar indiferentes a las almas sensibles y en una abstracción de mis dos compañeras de viaje, pues ya las tengo mías en mi recuerdo, asisto a un entrañable diálogo entre ambas que acaba emocionándome:
-Mira qué bonito, Dios es grande.- dice una de ellas.
-Sí.- contesta la otra.
Y tras una breve pausa añade la primera:
-Esos colores rojos y amarillos,- describiendo los colores del alba. –en mi país, es igual, ¿y en el tuyo?
Y ella contesta:
-En el mío es igual.
Ingenua respuesta que me llega al alma y me emociona.
1 comentari:
Hubiera madrugado, y pasado ese frío que te cala los huesos, sólo para experimentar como tú esas emociones que se susurran...pero se oyen ¡ quién sepa y quiera oirlas, claro !
Tú, me has demostrado lo capaz que eres para recoger lo que está pasando a tu alrededor. "Porfa", la próxima vez que "cojas ese tren", LLAMAMÉ.
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